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Para las bodas del rey.

  • Sandra Tabares
  • 21 feb 2015
  • 2 Min. de lectura

Salmo 45(44):

Lleno me siento de palabtas bellas,

recitaré al rey, yo, mi poema:

mi lengua es como un lápiz de escritor.

Tú eres el más hermoso entre los hombres,

en tus labios la gracia se derrama,

así Dios te bendijo para siempre.

Cíñete ya la espada, poderoso,

con gloria y con honor

anda y cabalga por la causa

de la verdad, la piedad y el derecho.

Haces proezas con armas en la mano:

tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden;

los enemigos del rey pierden coraje.

Tu trono, oh Dios, es firme para siempre.

Cetro de rectitud es el de tu reinado.

Amas lo justo y odias lo que es malo;

por eso Dios, tu Dios, te dio a ti solo

una unción con perfumes de alegría

como no se la dio a tus compañeros.

Mirra y áloe impregnan tus vestidos,

el son del arpa alegra tu casa de marfil.

Hijas de reyes son tus muy amadas,

una reina se sienta a tu derecha,

oro de Ofir en sus vestiduras luce.

Ahora tú, hija, atiéndeme y escucha:

olvida a tu pueblo y la casa de tu padre,

y tu hermosura al rey conquistará.

El es tu Señor:

los grandes de Tiro ante él se postrarán.

Ahí vienen los ricos del país

a rendirte homenaje.

La hija del rey, con oro engalanada,

es introducida al interior,

vestida de brocados al rey es conducida.

La siguen sus compañeras vírgenes

que te son presentadas.

Escoltadas de alegría y júbilo,

van entrando al palacio real.

En lugar de tus padres tendrás hijos,

que en todas partes príncipes serán.

Gracias a mí yo quiero que tu nombre

viva de una a otra generación

y que los pueblos te aclamen para siempre.


 
 
 

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